Llega un momento en el que todos los aficionados al videojuego asumimos que cuando una fórmula tiene éxito está condenada a ser secuelizada - este término me lo he inventado con una vileza digna de estudio - hasta que la enésima entrega de la saga coja polvo en los almacenes y estanterías correspondientes. Huelga decir, claro, que esta práctica indigna, interesa y causa indiferencia a partes iguales, pero de aquel impacto original también puede surgir una corriente homenajeadora - o imitadora, dependiendo del resultado - que aporte una interesante visión sobre el género en cuestión.
De Dark Souls se ha escrito mucho y hablado todavía más. Pero si algo prolifera en exceso son los imitadores que basan su propuesta en un único eje compuesto de una extenuante mezcla del rigor del combate, la contundencia del porrazo y el eterno retorno a ese jefe de patrones de ataque indescifrables - y, casi con toda seguridad - injustos y mal calibrados. Sin embargo, más allá de las luchas a brazo partido y las gestas épicas, el clásico de From Software contiene retazos de un discurso que se acerca a la soledad y la melancolía y que afloran mientras exploramos sus imponentes emplazamientos.
Qué mejor manera, entonces, de profundizar sobre esa faceta que fusionar en sus propios términos el soulslike - una colección de mecánicas que ya definen un género - con el más puro metroidvania, el que tiene como referente directo a Super Metroid.
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