La mayor virtud de Crisis Core: Final Fantasy 7, incluso en su lanzamiento original para PSP en el año 2007, fue siempre la de ser un spin-off. Aunque quizás sería más apropiado señalarlo como una precuela, gran parte de su particular y duradero encanto viene de ser un título libre de las presiones intrínsecas de la entrega numerada.
Más juguetón, más propenso a la comedia o a la lágrima fácil, la de Zack Fair es una historia llena de chascarrillos, de guiños a los fans tan directos que casi calificarían como ruptura de la cuarta pared o de cinemáticas a las que no les importa ser largas si así consiguen emocionarnos. No puedo evitar apreciar, claro, la osadía de lanzar una continuación tan desenfadada para uno de los títulos más ambiciosos de la historia del JRPG.
Pero cuando los juegos son así, celebratorios, contextuales de esta manera determinada, siempre se corre el riesgo de que su significado se pierda con el tiempo. ¿Tiene sentido Crisis Core fuera de su momento, en un mundo que ya se ha movido hacia otros mundos y otras historias? ¿Tiene sentido Crisis Core, si ya no tengo quince años y una consola portátil entre las manos, recién comprada para la ocasión?
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