Análisis de Signalis - Clásico de vanguardia

El género de los survival horror ha ido mutando, con el paso de los años, en una criatura muy distinta a la que vió por primera vez la luz en la década de los noventa. Y tanto da que tomemos como referencia a Alone In The Dark (Infogrames, 1992) como a Resident Evil (Capcom, 1996) o su ilustre y más directo competidor, Silent Hill (Konami, 1999), puesto que, en sus orígenes, todas estas sagas compartían ciertos rasgos que establecieron las bases del género. De dificultad exacerbada, sus grandes dosis de exploración se daban la mano con enigmas que ponían a prueba la paciencia del jugador y un combate inclemente unido a unos controles toscos para reforzar la sensación de fragilidad e indefensión.

Un duro cóctel, en resumidas cuentas, que era capaz de poner en tensión constante al jugador más encallecido y al que se sumaban terroríficas ambientaciones y espantosos enemigos para redondear la jugada. Pero, como apuntaba al principio, el paso del tiempo ha ido endulzando la propuesta. Si bien los avances tecnológicos nos han regalado una mayor fidelidad gráfica y, por tanto, horrores de impacto superlativo, el género del survival, en algunos casos, ha ido perdiendo ciertos resortes que ponían en guardia a los jugadores. Sustituir los puntos de guardado por checkpoints, controles de mayor precisión e, incluso, inventarios ilimitados son perfectos ejemplos de decisiones que aumentan la agencia del jugador en un género que, a priori, debería intentar ir justo sobre lo contrario.

Y, justo en el momento en el que la tendencia del mainstream parece querer diluir las características originales del género, aparece Signalis.

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